Tren: ¿el aliado de la Argentina para la reactivación económica?
El ingeniero Oscar Dapás se desempeña como asesor disciplinar de Ingeniería en Transporte y Caminos de la Universidad Siglo 21. Desde su especialidad, analizó para La Voz la importancia que tiene el ferrocarril para el desarrollo económico del país, a partir de la optimización del transporte de productos agropecuarios e industriales.
Sin embargo, advierte que el sistema de vías férreas –en abandono en la década de 1990– debe ser optimizado. También reclama "la formación de ingenieros en transportes y caminos para afrontar una nueva etapa".
Datos y diagnóstico
El siguiente es el planteo, textual, de Dapás:
En los rieles de nuestro sistema ferroviario encontraremos a un aliado clave que podría ayudarnos a reactivar la tan dormida economía argentina. Y, aunque el diagnóstico inicial con el que nos encontramos no es del todo alentador, es fundamental aunar esfuerzos para modernizar nuestra infraestructura y entender que en ella recaen los desafíos y las oportunidades productivas de la nación.
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Con un sistema de rutas para el transporte automotor totalmente agotado, el constante incremento del costo del combustible, los peajes y los costos laborales impactan de lleno en el precio de los productos de primera necesidad. Todas estas son algunas claves para entender por qué las vías son el motor del desarrollo.
El número de kilómetros de rutas ferroviarias en Argentina se redujo, durante el siglo pasado, de alrededor de 47.000 kilómetros a poco más de 4.600 en la actualidad. Al mismo tiempo que este sistema perdió peso durante este período, el transporte de carga automotor cobró importante relevancia.
Para darnos una idea de este fenómeno, podemos mencionar que el parque automotor total argentino asciende a 13.375.987 vehículos. El 4,8 por ciento son camiones o vehículos pesados, lo que representa unas 654.215 unidades. Asimismo, el número de camiones que transportan granos –casi 90.000 vehículos– representa cerca del 13 por ciento del total del total de vehículos pesados del país. Otro dato: en Argentina hay 37.740 kilómetros de rutas y 600.000 kilómetros de caminos municipales.
En esta configuración, la mayor parte de los productos correspondientes al sector agropecuario –tanto los primarios como los industrializados– son movilizados esencialmente por medios de transporte automotor. Esto no sería un problema si no fuese que su utilización es menos eficiente desde el punto de vista económico, ya que plantea problemas de congestión en tramos saturados de la red vial, especialmente en la época de cosechas, como así también el aumento de la accidentalidad.
Gran parte del problema y su capacidad de respuesta a la demanda de transporte están dados por el abandono del sistema ferroviario, que fue privatizado a comienzos de la década de 1990, tanto el de carga como el de traslado urbano de pasajeros. A la fecha, cuenta con alrededor de 31.902 kilómetros operativos de líneas férreas. Y aunque en total existen unos 40.245 kilómetros de ferrovías, la mayor parte de estos tramos han quedado abandonados.
La red de transportes y comunicaciones pone a Buenos Aires –y a su puerto– en el centro, haciendo que la interconexión de otras ciudades sea difícil y, en muchos casos, imposible. A nivel global, en países con extensiones territoriales semejantes a Argentina –como Brasil, Estados Unidos y Canadá– el ferrocarril tiene un rol preponderante en la matriz de transporte.
Por otra parte, si bien por la revolución que lleva adelante el sector aerocomercial indica que los vuelos se incrementaron un 15 por ciento durante 2017, no es suficiente si se piensa en el transporte de carga. Entonces, es necesario proyectar a largo plazo y pensar en obras ferroviarias para dotar al país de la infraestructura necesaria para el desarrollo del sector productivo, ya que el transporte es una de las principales herramientas para alcanzar dicho fin.
Y más allá de la decisión política para la planificación, proyección y construcción de mejoras y equipamientos de transporte –autovías, autopistas, vías férreas, estaciones, pistas aéreas y aeropuertos–, la cantidad de ingenieros especializados resulta escasa para satisfacer la demanda actual y –aún más– la futura.
Ante este escenario, el país tiene el deber de formar ingenieros en transportes y caminos para afrontar una nueva etapa. El sector educativo, por su parte, debe hacer su aporte para brindar las herramientas necesarias y formar a los profesionales del futuro.